Estamos en los años Locos: El Estudiante

Tres de la mañana y el sonido de la gotera suena como un gran estruendo… pero al colocar atención entre la oscuridad y el silencio, y logro identificar que solo es una gotera de la llave de la cocina. ¿Me habrá despertado eso o solo desperté y luego me di cuenta del ruido que hace la gotera? De cualquier forma, ya no puedo volver a retomar el sueño, no queda otra cosa que tomar el control y prender la TV con un mano y con la otra tomar el celular para revisar las redes sociales. Sé que no encontraré nada interesante en ninguno de los dos aparatos, pero llenan perfectamente el vació que genera el silencio y me puede ayudar a engañar al tiempo para buscar poder retomar el sueño, que por lo general puede llegar como las cinco de la mañana.

Ya suena el celular con esa canción que me gustaba mucho, pero después de tantas noches vacías de sueño seguida, la empiezo a odiar cada día más… Pero atento, es el despertador que llama a levantarse, ya puedo sentir como pasan los autos velozmente por la calle, tac-tac de los tacos de zapatos que pasan por la vereda de conjunta a mi ventana… aunque en la tv sigan hablando de cuarentenas, de quedarse en la casa y realidades artificiales, lo concreto es que la ciudad sigue funcionando de igual manera… incluso me siento yo el bicho extraño que se levantó tarde a mi rutina.

Esta parte ya la conocemos todos, se prende la tv, se mira el celular, se da la ducha y por mientras que se calienta el agua aprovecho de colocar a hervir el agua, luego a bañarse, preparar el té con alguna galleta, prender el computador y conectar zoom… que comience esa la clase. De ese asiento y con los codos apoyados en el escritorio de seguro pasó las horas, hasta las ocho de la tarde, con dos paradas para comer algo, no puedo hablar de almuerzo, porque ya al segundo mes de encierro perdí la creatividad y las ganas de hacer mucho más.

Los mejores momento en que he podido frenar la rueda de hámster y pensar, ha sido las veces en que levanto la vista por arriba de la pantalla del computador… es el momento en que me doy cuenta que tengo también luz natural, que tengo más moscas en verano que en invierno, que no sería malo pintar las paredes, podría girar el escritorio hacia otra dirección para mirar otra cosa, que he pasado semanas tomando solamente te o café, que los cigarros ya relajan tanto, que llevo más de un año dando 15 pasos diarios, que cada día que pasa me doy cuenta que me falta más plata para llegar a fin de mes… que pienso todos los días las mismas cosas y que se me ocurren las mismas cosas por hacer pero la concentración para llevar a cabo algo lo máximo que me ha durado son 5 minutos y luego procede el desgano de hacer eso por hacer… al final termino bajando la cabeza hacia la pantalla y vuelvo a la clase por zoom.

En esa pantalla que clase a clase aparece profesores con carácter distintos y que sus estados de ánimos cambian de una clase a otra. De hecho hoy aparece esa profesora se cree una tremenda oradora, le gusta solamente sentarse frente a la pantalla, prende la cámara, de fondo dos bibliotecas con muchos libros obviamente y un título enmarcado, con una taza en el escritorio y comienza un bla bla bla… siempre he pensado que ella se debe sentir una especie de Sócrates, donde cree que con solo su timbre de voz y sus palabras uno tomará profundamente su idea objetiva para aprender como una esponja que absorbe cada palabra… cuanta soberbia en ella.

Es que claro, seguramente en la época en que estudió eran contextos distintos, estaba la pizarra de negra, su profesor seguramente escribía con tiza y borraba con el almohadón -una esponja envuelta en genero- entonces cada vez que borraba algo del pizarrón, seguramente las 3 primeras filas de alumnos quedaban totalmente intoxicados, tosiendo a destajo. Entonces allí ese profesor se dio cuenta que era mejor dictar, así podría mantener una armonía en la sala de clases… no se me imagino. O también puede ser que, al no haber distractores tecnológicos, seguramente su profesor obtuvo una capacidad de oratoria natural desde la infancia, algo que ella trata de imitar, sin entender que el contexto no la acompaña. Porque mientras ella habla, tengo un ojo en la otra pantalla WhatsApp donde recibo pedidos y en la otra pestaña voy posteando de extremadamente mini negocio, también tengo mi atención inconscientemente puesta en la ventana y los ruidos que pasan en la calle, otro foco sin duda se va en las noticias que aparece en la tele y los resúmenes de las cantidades de muertes y contagiados, algo que me lleva a preguntar a mis padres y abuelos todos los días ¿cómo están? ¿cómo despertaron? ¿Se sienten resfriados o gripe o algún síntoma? A lo que continuamente viene la contra pregunta de mi mamá y abuela ¿ha comido bien? O el “hay que abrigarse que ya está haciendo frío”. Sumado la poca capacidad poder dormir y el dolor de cabeza por llevar doce meses encerrado en una pantalla… ¡uf!… La rutina tortuosa de todos los días… la verdad es que esas capacidades de atención a una tipa que solo me viene a mi pantalla, como visita que llega a la casa, para hablarme de cualquier cosa, por 90 minutos, sin parar, no me queda.

La verdad que solo he podido disfrutar de sus clases cuando pienso en un deseo que lo llevo guardado de hace 3 semestres ya. Solamente prender la cámara, abrir el micrófono, dejar que tome bastante vuelo en su oratoria, que llegue a los 45 minutos de hablar sin parar… solamente para guitarle “¡ya basta! ¡porque no te callas!” … cerrar la pantalla del notebook y parar del escritorio.

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