Siempre tengo 20, me levanto en la mañana y tengo esa flojera de despertar temprano, esa energía para hacer las cosas, tremendamente hiperventilado para generar nuevas ideas y buscar experiencias distintas, descuidado y despistado como cualquier chico que cumplió recién esa edad. Más aún, siento lo mismos miedos a la vida que tenía a los 20… pero cómo le explico al espejo que debe parar, que hagamos un pacto para frenar el avance físico y que se mezcle con mis sensaciones internas.
¿Será que a todos les pasa lo mismo? ¿La sociedad mantiene un acuerdo descarado donde explicitan que se comportarán como adultos y aparentar que son experimentados? ¿O solo es la resignación y la frustración de la vida que les tocó aceptando la rutina?
Porque solamente vamos y confrontamos a ese espejo, le decimos que tenemos miedo de no saber por dónde caminar, sin siquiera tener la seguridad de si es lo correcto, que en la mayor parte de nuestro camino nos gana a decepción, por sobre el optimismo.
Es que a lo mejor no existe lo correcto, a lo mejor necesitamos ser católicos para que la respuesta a nuestro futuro solo sea el “procrear” para mantener la especie y pagar por nuestros pecados. Eso daría seguridad y sentido de manera simple a la vida, volviéndonos monotemáticos y dedicarnos a despertar, lavarnos los dientes, desayunar, estudiar, dormir, despertar nuevamente, siguiendo toda la vida de la misma forma, cambiando el estudiar por el trabajar solamente.
Qué difícil es sentirse seguro sin saber que viene, más complejo aún es aferrarse a la dignidad de mantener nuestros principios, para que solo te tilden de inmaduro por no vender nuestro espíritu. Pareciera que si nos aferrarnos a lo que queremos, a la lucha por mantener nuestra esencia y la definición de quienes somos, simplemente encontrarnos en ese camino la soledad, perdiendo el miedo a dejarlo todo una y mil veces, con la valentía de saber que podemos enfrentarnos a la muerte y la alegría por sentirnos siempre de 20.