Sin duda el momento en que vivimos nos hace dudar de lo que queremos y buscamos. Las tristezas que ocultan cada rincón, cada espacio de esta tierra, hace que se acreciente en mi la sensación de frustración e impotencia de nunca poder hacer nada en contra de ello.
Pero sería muy etnocentrista creer que solo uno podría realizar un convencimiento, de una transformación que solo yo veo que necesitamos. Claro que al mismo tiempo me doy cuenta lo difícil que es aceptar distintas opiniones de cómo vivir la vida, más cuando otros hablan desde sus comodidades diarias.
Si ya cuesta aceptar la realidad que a uno le toca en su metro cuadrado, cuando comenzamos a ampliar ese metro cuadrado, con información y conocimiento de otros lugares, se produce aún más la sensación de impotencia. Por eso muchas veces nos negamos a la posibilidad de realmente de “conocer”, porque entre más ampliamos la verdad y la realidad, más nos damos cuenta que la famosa palabra “estabilidad” es más un símbolo de nueva esclavitud de la opresión cultural del dinero.
Aunque si se puede notar algo, que al momento de aceptar la realidad como un contexto verdadero, nos genera dos opciones: o nos quedamos congelados ante tan violento escenario, o tomamos la opción de entregar cada momento a aportar con actos una alegría que nos permita generar un impermeable ante el virus de lo que alcanzamos a conocer cada minuto. Sin duda la segunda pareciera ser que nos permite avanzar, desde la limpieza de uno, un avance dudoso para quien entregó su vida y muerte a la “estabilidad”.
Es por esto último entonces que me niego a ser un turista del mundo, en mi existencia. Si me involucro, si trato de aportar en lo que pueda, si busco entregar una palabra sincera, si trabajo en regalar un momento de alegría, entonces sí estoy dispuesto a colocarme ese impermeable, luchar contra la estabilidad y sentirme preparado para conocer el mundo.